Pepe fue presentado frente al Emperador Sideral vestido con un bañador floreado y manchas de crema solar. Había llegado allí después de pasar una noche loca en la discoteca del pueblo. Borracho, colorado y vomitado, avanzaba entre las filas de cortesanos. El Chambelán iba a su lado pidiéndole que avanzara.
Al otro lado del salón el Emperador, de nombre impronunciable para un humano, sonreía confiado. Miraba a su alrededor buscando las miradas de complacencia de sus cortesanos.
Pocos metros antes de la plataforma en la que se aposentaba el trono iridiscente, la guardia indicó a Pepe que se parara. Le dio otra arcada y miró estrábicamente la escena. Hipó y se dobló en una galante reverencia con resultado de pota. Un robotito con forma de T invertida apareció desde la parte inferior de la plataforma y se puso a limpiar el desaguisado, en la parte superior del mástil asomaban lo que parecían tejidos higiénicos. De uno de los costados salió un paje con lo que parecía una bata y se la echó por encima. Era de color azul y tenía bordadas unas bonitas estrellas con lo que parecía un ratón con guantes y zapatos como figura central. La vomitona reconfortó un poco a nuestro protagonista.
El Emperador miró a uno de sus ayudantes el cual comenzó a salmodiar una fórmula muy diplomática. Mientras el secretario hablaba, el Emperador miraba con curiosidad a Pepe, pronto sus miradas se cruzaron y Pepe, más por su estado que por otra cosa, bajó la mirada y observó una pajita que se le había enganchado en la uña del dedo gordo del pie. Se inclinó a cogerla y volvió a regurgitar pero no muy violentamente, despacito, como un grifo al que se le ha abierto poco la válvula. El robotito que se había retirado, volvió a salir por su esclusa. Diligentemente, esperó a que Pepe terminara la tarea escatológica y se puso a higienizar de nuevo el área. Al terminar la perorata, todo había quedado impoluto, bueno, todo no, Pepe seguía pareciendo una piltrafa.
En ningún momento nadie se sorprendió o extrañó de todo aquello que hacía Pepe, simplemente porque nunca habían estado en presencia de un ser como aquel. El único que había detectado la insalubridad de las deyecciones había sido el robotito limpiador. Pepe continuaba como en trance.
Al poco se creó un silencio y todos miraron al estrado. El Emperador pronunció unas palabras que resonaron en la cabeza de Pepe como una pregunta que no acabó de entender. Las miradas se volvieron hacia el supuesto invitado.
- Agua -, dijo Pepe.
Un murmullo repetía -agua- a su alrededor. El Emperador comenzó su siguiente frase con esa palabra. Pepe miró a su alrededor a ver si veía por donde venía el camarero o la máquina con el líquido. En cambio, la gente, mirándole y en algunos casos señalando, repetían la palabra agua. El Emperador se señaló diciendo algo que sonaba a Glugluglú. Pepe asintió presto y con un movimiento de mano repitió Glugluglú. Se hizo el silencio, El Emperador cambió su sonrisa por una mueca furibunda. Al fondo de la sala se escuchó como las puertas se abrían. Entraron una docena de guardias con largas alabardas eléctricas que apoyaron violentamente en los hombros de Pepe. Este cayó de rodillas, lastimándose el único menisco que le quedaba. El Emperador, señalando con su báculo a Pepe, repitió muy solemnemente: -agua-, e hizo un gesto de altiva suficiencia. Los asistentes se dieron un golpe en la parte ancha de las piernas provocando una palmada general. Un guardia pinchó a Pepe con la alabarda pero sin enchufar, esperando una señal por parte del invitado. Pepe volvió a repetir:
- Agua, glugluglú -, pero con las palmas apoyadas en el suelo.
El emperador pareció enojarse más. Levantó la palma en un gesto y a continuación los guardias se llevaron a Pepe en volandas del salón del trono. Detrás quedó la muchedumbre y el robotito que volvía a limpiar el espacio donde había estado Pepe.
Pepe se mareó por el jaleo y las sacudidas, vomitó varias veces más sobre los guardias y por los pasillos, al cerrar los ojos solo escuchaba pasos y robotitos limpiadores que surgían a su paso. Arrojaron a Pepe en una celda blanda.
Al entrar en contacto con el agua, Pepe despertó en la piscina municipal de su pueblo en el día más importante de las fiestas patronales. Dos segundos después y quitándose los zapatos, le gritó al del bar:
- Glugluglú.
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